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Día 16, miércoles.- Llegar a la tierra mítica de Ávalon y Camelot... qué fácil; vuelos sin problema ni esperas desesperantes; el encuentro en el aeropuerto con personas “desconocidas”; un reenganche sentimental fluido, sonrisas de complicidad. En fin, despegamos.

Todos los viajes, ya sean de corto o largo recorrido son un viaje de transformación, de muerte y renacimiento; en este caso, más de renacimiento. Se unieron todas las circunstancias favorables para que así fuera: el Apolo hiperbóreo, este sol amable de Inglaterra, nos ha regalado su energía vivificante y, como siempre, sanadora. Mi conexión con la Diosa pasa a través del sol; sin su calor estoy aterida, la conexión sensual con la tierra en mí no se produce sin su descarga. Por eso, agradezco ese clima benéfico que nos ha regalado no sé “quién”; quizás, tú lo sepas.
Así, la llegada a Ávalon fue dulce, como el sabor de las manzanas a que alude su nombre. Así, la subida a la colina de la Ballena fue placentera; así, la vista desde la colina fue todo un espectáculo visual. Así, en definitiva, mis sentidos se abrieron y recibieron la acogida de la Diosa, de la tierra.
Hasta he jugado a ser José de Arimatea. Desde donde estoy escribiendo, veo la maceta en la que he plantado un pequeño esqueje del espino blanco de la colina. José transmutó su seco bastón en un árbol; mi bastoncito hoy no parece que haya arraigado aquí; bueno, tal vez me dé una sorpresa agradable; ya te contaré.

Día 17, jueves.- Mañana resplandeciente; aire. El Tor. Temía la subida a la colina del Tor, pero fue como si una fuerza invisible hubiese dotado de alas a mis pies. El agua de hierro también haría lo suyo. Una sensación de liviandad inexplicable en esas circunstancias. Estuve inquieta casi todo el tiempo. El ara de piedra alrededor del cual hicimos la ceremonia del huevo de la prosperidad; el ritual en el que nos guiaste fue algo muy especial: En ese momento congenié definitivamente contigo y en tu abrazo encontré el sentido de lo que estábamos haciendo. Mi lado racional es fuerte y me alegro de ello, porque me ayuda a integrar y a trascender. Para mí esto no supone un freno a la consciencia; todo lo contrario. Recuerdo que nos reíamos en el taller de Masaje Atlante cuando hablábamos sobre nuestros Marte en Piscis. Yo, además, tengo a la Luna y Neptuno en conjunción en Libra y en la casa cuarta. No sé a cuento de qué hablo de esto, pero ahí queda.
De todos modos, este día fue bastante turbulento, me notaba algo desorientada. Además las rachas de viento no me eran agradables. El viento suele traerme “malas noticias”. Me nubla la mente, me desasosiega y me irrita los ojos. Así me habla. A propósito de esto, tus impresiones en relación a esa figura misteriosa que aparece en una foto, aportan una nueva dimensión al mensaje.
Don Juan Matus decía que al viento le gusta hablar a las mujeres.
Yo recibí siete semillas. No sé quién me las dio, ni siquiera que sean semillas, las veo más como piedras. El número 7 resonó en mí. No sé muy bien qué tengo que hacer con ellas. Ayer, sin embargo, después de decirte que yo no conozco a mis guías, me llegaron rayos de comprensión y empecé a relacionar. El número 7, Ávalon, el Sol, Apolo hiperbóreo, el Horus que conocí cuando estuve en Egipto... Helios, Kinich Ahau. Bueno, ya le he puesto un nombre a mi guía interior. Creo que hasta que no se pone nombre a las cosas, no existen. Este día de aire y fuego blanco lo recuerdo envuelto en una bruma espesa, aunque había un sol espléndido; además, mi bola de cristal quemó el mantel del altar.
Resumen: PAZ y ESTABILIDAD, me dijo el ángel de las cartas.

Camelot fue como la vuelta a casa. Tranquilidad y una gran paz. Para mí es el lugar más poderoso de los que visitamos, benéfico y revitalizante. Si hubiera que elegir un lugar para quedarse, sería éste. Desde que bajamos del autocar, algo se abrió dentro de mí, una descarga de euforia, de felicidad. Durante el círculo de comunión me fui no sé a dónde. Más tarde, me acordé de Uxmal, en México; aquí viví una experiencia parecida de despegue.
Soy incapaz de expresar con palabras todo esto, así que aquí lo dejo. Eso sí, tengo la esperanza de poder rememorar la experiencia y acceder a otros niveles.

Día 18, viernes.- El encuentro con el agua en el Chalice Well es multifacético; el sentimiento es el gran provocador y este lugar está repleto. Un lugar muy especial. Inolvidable la sesión de dibujo, ¿qué pasó? Yo me sentí en trance, perdí toda noción espacio-temporal; por unos momentos, y aunque suene pretencioso, me sumí en un éxtasis artístico. Agradezco a las Musas ese maravilloso regalo. Así es.

Visita a los árboles celtas. Dog y Madog. A veces, una no sabe de dónde saca las fuerzas. Pero mereció la pena mil veces encontrarse con los viejitos robles. Imaginé a los druidas de antaño con su hoz dorada cortando el muérdago sagrado.

Día 19, sábado.- La abadía. Frío. Lo curioso es que la tierra estaba caliente, especialmente la tumba de Arturo. Daban ganas de enterrarse y cobijarse en ese calorcito. Je, je, esto suena a necrofilia... A buscar el árbol. Me encuentro con un manzano; de una de sus ramas cuelga un comedero para pájaros. Me quedo con éste.

Un feliz viaje abundante en coincidencias significativas. Amén.

Carmen Martín
(Madrid)



Día 16 de Abril: Wearyall o La Colina de las Ballenas.

Alrededor de las 13´50 horas llegamos a Bristol, donde atrasamos el reloj una hora.
Allí nos espera un autobús que nos conduce hacia Glastonbury. La campiña inglesa se extiende ante nuestros ojos, verde, frondosa, adornada de múltiples variedades de preciosos árboles. Atractivas casas solariegas se alzan aquí y allá, como iglesias paganas.

Por la tarde haremos el primer ritual de toma de tierra en la colina de Wearyall, llamada también colina de las Ballenas.

Con las palmas de las manos y las plantas de los pies desnudos sobre la hierba nos anclamos a la Madre Tierra para que nos acoja y absorba todo lo negativo que podamos arrastrar, ya sea físico, emocional, etérico, etc.

Yo comienzo con la sagrada respiración maya del “aliento divino”, que me libera de las cargas físicas y emocionales que he ido almacenando y que se plasman en una gran presión en el pecho, debido también al tabaco.
El poderoso aliento surte un efecto renovador en mis pulmones, que se abren y expanden, deshaciendo y expulsando esa presión.

Frente a nosotros –que nos hallamos sentados al lado del árbol llamado Espino Albar o Espino Sagrado- se yergue el “Tor”, en el centro de otra colina similar a la que nos encontramos.
El cansancio del viaje y la paz que se respira en este lugar colaboran para que el silencio reine en el ritual de primera toma de contacto con Glastonbury, con Avalon.

Nina nos entrega unas semillas que enterramos, cada cual donde su voluntad o su corazón lo lleva en esta calma colina, donde se cuenta que José de Arimatea plantó su cayado, justo en el mismo lugar donde ahora crece y florece cada año el Espino Blanco, pequeño y precioso.

Día 17 de Abril: El Tor. Cadbury y Camelot.

Colina del Tor.
Tras un reparador descanso, amanecemos temprano y alrededor de las 7´45 partimos hacia la Colina del Tor, en cuya cima se ubica una imponente torre, que al parecer es el único resto de la desaparecida Iglesia de San Miguel, bendito Miguel protector.
A primera hora de la tarde partimos hacia Cadbury, a Camelot. Lugar mágico que me hace sentir pletórica, no sé por qué; incluso se me esfuman los dolores de espalda y de piernas que esos días venía soportando como un lastre.
Durante la subida me encuentro dos fósiles.

Frente a un enorme campo de trigo, salpicado de ovejitas, pequeñas, lejanas, pongo a funcionar la cámara de fotos, con la ilusionada esperanza de que capte algún atisbo especial de los pasados círculos que se forman ahí cada año, cuando el trigo está muy crecido.
Con la vista puesta en ese precioso campo lanzo una bonita pluma de paloma que me encontré en Madrid, en un parque pequeño de mi barrio, un día o dos antes del viaje, lo que supone que su búsqueda me mantuvo ojo avizor a diario durante un par de semanas antes del viaje, como una niña esperando encontrar un tesoro.

Día 18 de Abril: El Pozo del cáliz...

Despertamos a las 8 horas. Hacia las 10 salimos hacia el Pozo del Cáliz (Chalice Well)

Pasamos prácticamente todo el día en este mágico y sagrado lugar cuajado de jardines, fuentes y rotondas, con multitud de flores, árboles y arbustos. Es como si estuviéramos en el Paraíso.
Realizamos una meditación en el Pozo del Cáliz. Por encima de él dos árboles custodian la entrada a otra dimensión y seguramente también el Pozo Sagrado.

Dos enormes tejos se yerguen en el centro de un círculo de césped bajo el cual desciende la Fuente del Infinito o de los Ochos. Bajo esta fuente hacemos una meditación de purificación de las emociones.
Yo me planteo mis temores, mis miedos irracionales y mi desconfianza a “Ver” ¿ángeles y demonios?
Visualizo un murciélago negro, cegato, que va descendiendo, golpeándose en los bordes de la fuente. Al llegar abajo intento visualizar un ave, un cuervo con sus plumas negras lisas y relucientes.

Ya mediada la tarde abandonamos este delicioso lugar y nos dirigimos de nuevo camino arriba, un buen trecho, para visitar dos vetustos árboles, Gog y Magog, los más antiguos de Bretaña.
Se trata de dos árboles inmensos, leñosos, viejos y acogedores, que nos reciben en sus cuerpos antropomorfos y sabios, y siento que me transmiten una energía reconfortante y serena.
Regresamos a Glastonbury cansados y felices después de tan acogedora visita.

Por la noche salimos a dar una vuelta con Margarita y Mª Rosa, dos cordobesas cálidas y divertidas, sobre todo la primera. Pasamos una corta velada en el Café “La Galatea”, y volvemos al hotel a descansar.

Día 19 de Abril: Abadía de Glastonbury.
Por la tarde: Catedral de Wells.

Día 20 de Abril: Por la mañana visitamos la Iglesia de San Juan Bautista, José de Arimatea (Glastonbury)
El relato de estos dos días se me quedaron en el tintero.


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